Cultura libre, producción académica y desarrollo social
Este escrito fue posible gracias a la ayuda desinteresada del compañero Esteban Magnani, a quien entrevistamos. A él corresponde todo el crédito de éste texto. Puedes escuchar, descargar, remezclar y compartir libremente la entrevista que le realizamos.
La cultura libre es un término bastante ambiguo, cuya conceptualización no termina de satisfacer a todas las partes. Como en cada aspecto de nuestra vida, para cada tema encontraremos la mitad de una biblioteca que nos indica una cosa; y la otra mitad que nos dice otra cosa diametralmente opuesta. Ambas nociones tienen adeptos y argumentos bastantes convincentes. Desde luego, la Red tiene su bando definido. Y desde ahí escribimos.
David Bollier, en su libro “Pensar desde los Comunes” presente un par de conceptos que permiten comenzar a esbozar una definición, un poco rudimentaria, sobre el tema. Para Bollier, desde el origen mismo de la humanidad, la creatividad ha sido compartida libremente, constituyendo lo que el autor denomina “un préstamo común intergeneracional”. A partir de ésto podemos decir que la cultura siempre se ha basado en imitar, difundir y transformar obras creativas anteriores. Entonces, una definición de cultura libre podría ser la que se refiera a toda creación que tenga una licencia que permita la libre circulación de ese bien cultural.
El principal escollo que afronta ésta definición es la caracterización de los límites a partir de los cuáles deja de ser “libre”. Por ejemplo: si permito (o no) que alguien lucre con mi creación o la modifique cambiándole el sentido original. Como solución a éste problema se inició el proyecto Creative Commons, que busca convertirse en un complemento a las tradicionales reglas del copyright y que tiene como meta, facilitarles a los autores y creadores el ejercer sus derechos con mayor flexibilidad, favoreciendo que la creatividad se difunda más fácilmente.
Cultura libre vs. Cultura no libre (o cerrada, o privativa)
Ahora bien. Si tenemos “cultura libre” es porque existe otra cosa que no lo es. Aquí entra en juego las nociones más vinculadas a la producción industrial de cultura que intenta transformar un bien reproducible hasta el infinito, en algo escaso artificialmente, y a partir de ello generar una ganancia para que “el artista pueda vivir de su trabajo”. Cabe preguntarse qué significa “vivir” de su trabajo. Y si realmente esa creación fuese su trabajo.
Pero esto no quiere decir que exista algo bueno y algo malo en relación a la noción de cultura. Quiere decir que, para algunas personas, la cultura tiene su base en la interdependencia y la cooperación entre pares; mientras que para otras, se reduce a la manufactura de un bien altamente cotizado.
Si consideramos la cultura como un objeto al cual se puede limitar su acceso y cuyo principal objetivo de existir es ser comercializado, terminamos por quitarle uno de sus aspectos más destacados: la posibilidad de mutar en nuevas creaciones. Porque, por más innovadora que parezca una pintura, una canción, un poema, etc, siempre será inspirado en una creación anterior. Toda creación cultural nace de una reelaboración de algo ya hecho. Ver: Everything is a remix.
La cultura, para quienes estamos parados desde éste último bando, más que un objeto, es una expresión social. Una expresión de los vínculos humanos que nos permite pensar qué es lo que somos y qué es lo que nos define como comunidad.
Cultura libre y conocimiento académico
La producción de conocimiento científico es parte fundamental del desarrollo social y cultural de una comunidad. Por tanto, los modos en los que aquél se produce debe estar a disposición de toda la sociedad. Las universidades, como usinas generadoras de conocimiento, deben ubicarse a la vanguardia de un movimiento que proponga una alternativa a las lógicas mezquinas de acumulación del saber. La producción académica no escapa, por ser parte indisoluble de la cultura, de los mecanismos de explotación mercantilista de la cual venimos hablando.
Beatriz Busaniche, junto a la Fundación Vía Libre (Argentina), publicó hace unos años, un material de lectura imprescindible para comprender éste fenómeno. “Monopolios Artificiales sobre Bienes Intangibles” hace un recorrido tanto histórico como técnico de las diferentes circunstancias que fueron produciendo un cambio en la tradición ancestral de compartir. En un pasaje del libro puede leerse: “…El problema es que ya no quedan bienes materiales por apropiar, pero hay un montón de cosas que sí quedan por apropiar, como son los denominados bienes inmateriales (…). Así, asistimos hoy a distintos flancos de un mismo fenómeno de apropiación de los bienes comunes, la privatización del conocimiento común…”
Tal como puede leerse en la obra de Horkheimer y Adorno, la industria cultural a fagocitado a tal punto la noción de conocimiento científico, que es prácticamente imposible acceder a los frutos del árbol de la producción académica. Las casas de altos estudios son, de manera consciente o inconsciente, las principales cómplices de transformar el conocimiento, y por añadidura la cultura, en una mercancía. Primero porque en lugar de generar conocimiento útil para la sociedad a través de sus publicaciones, las instituciones académicas fomentan una competencia absurda entre investigadoras e investigadores por quien tiene la mayor cantidad de papers publicados. Y segundo, porque es sumamente difícil, desde las márgenes, enfrentarse a una lógica industrial tan poderosa, que tiene no solo la capacidad de acaparar el saber académico, sino también, capacidad de crear la demanda.
El desafío para superar esta situación no es escapar de la academia, sino apoyarse en las formas colaborativas de aprendizaje dentro de la misma. La vida en el aula debe robustecer el espíritu cooperativo entre pares. El proceso pedagógico puede encontrar en la creación con el otro el paso decisivo para que efectivamente se consoliden las formas de producción más horizontales que superen las lógicas mercantilistas de producción del saber.
A modo de conclusión
La producción cultural, sea un dibujo, un poema, una canción, una danza o una investigación académica es fácilmente reproducible y mucho más en un entorno digital. El compartir es parte indisoluble de la creación cultural. No es un camino fácil, lograr finalmente espacios que fomenten la cooperación y la colaboración en lugar de la competencia, pero al final del mismo encontraremos la única manera en la que una sociedad puede mirar su pasado, comprender el presente y soñar su futuro.